viernes, 14 de enero de 2011

Los juegos Olímpicos

-
La vieja Olimpia

Olimpia (nombre de una de las hijas de Arcade) es hoy una pequeña villa dedicada por entero al turismo, donde las tiendas de recuerdos y los restaurantes se suceden sin discontinuidad. La calle principal, la carretera de Pirgos a Trípoli, tiene mucho tráfico, y las estrechas aceras están completamente invadidas por los abigarrados expositores de las tiendas, así que el caminar por ellas es muy dificultoso. Las terrazas de los restaurantes y cafeterías son amplias y atractivas pero, y es un pero muy importante, ninguna tiene aire acondicionado. Ni que decir tiene que, en estas circunstancias, nos tomamos a toda prisa los capuchinos de rigor (capuchinos griegos, se entiende, que no los maravillosos italianos) y salimos hacia la próxima colina de Cronos, al otro lado del Cladeo, donde la abundante sombra existente permite unas siestas magníficas.

El boscoso monte Cronión (en realidad, una pequeña colina) está situado en la confluencia de los famosos ríos olímpicos Alfeo y Cladeo, y por su ladera, en la parte que mira a la confluencia de los dos ríos, se extiende la zona de ruinas. Aquí, hace quizá más de tres milenios, nacieron unos juegos que, a pesar de una larga interrupción, consiguieron llegar hasta nuestros días plenos de fortaleza. Su origen es incierto, pero parece plausible que todo comenzara con una carrera pedestre de muchachas que se disputaban el honor de llegar a ser sacerdotisas de la diosa Luna. Y, quizá más tarde, tendrían lugar otras competiciones mediante las cuales la diosa (Hera) podía elegir a su nuevo amante (Zeus), competiciones mortales que el mito de Pélope y Enomao parece reflejar.


Las pruebas de selección de sacerdotisas debían tener lugar con ocasión de la coincidencia entre el plenilunio y el solsticio de verano, es decir, cuando Sol y Luna coinciden en su plenitud, hecho que, con una cierta precisión, ocurre cada ocho años (noventa y nueve lunaciones). Sin embargo, también es probable que originalmente las competiciones fueran anuales y que sólo cuando se descubrió esa mayor precisión se produjera el cambio. Para el caso de las competiciones masculinas, encaminadas a proveer de reyes sagrados(1) a la sacerdotisa, los ciclos debían coincidir con los anteriores; sin embargo, de la numerosa mitología existente parece deducirse que los reyes sagrados tenían siempre un mellizo(2) (Ificles-Heracles, Castor-Polideuces, Idas-Linceo, Teseo-Pirítoo, Pelias-Neleo, etc. ) repartiéndose el año sagrado, o gran año de noventa y nueve lunaciones, en dos olimpiadas de a cuatro años cada una, y gobernando sucesiva o concurrentemente.

Aunque las carreras pedestres parecen ser las pruebas originales, Pausanias habla también de una lucha singular que sólo terminaba con la muerte de uno de los contendientes y que se celebraba en recuerdo del combate mantenido entre Zeus y su padre Cronos. Tal como hemos visto en el mito de Enomao, esta lucha enfrentaría al rey viejo con el aspirante a tal, lucha que, al jugar el pretendiente con ventaja, siempre terminaría de la misma manera: con la muerte del viejo y su sustitución por el nuevo. Si el muerto era el rey sagrado se convertiría en héroe y, con un poco de suerte, hasta en dios; si el muerto era el mellizo, su destino era convertirse en serpiente oracular.

La lucha de la que habla Pausanias no fue otra que la famosa titanomaquia en la cual Zeus venció a su padre Cronos (ver Efira). En esa lucha, Cronos es el rey viejo vencido por Zeus, el sustituto, quien se casa ritualmente con la diosa-luna Hera. Esto sucedía antes de que los aqueos impusieran el patriarcado; luego, Zeus iría creciendo en importancia y, aunque nunca consiguió deshacerse de Hera, la fue sustituyendo paulatinamente. El auténtico coup d'etat olímpico se produce cuando los aqueos incorporan nuevos varones al comité olímpico (Apolo, Dionisio y Hermes), expulsan a Hestia y hacen que Atenea, traicionando a las mujeres, opte por la supremacía de su padre...


Factura del cámping
Estamos ya en el cámping y, bajo la alta cúpula sembrada de estrellas con que esta noche de Olimpia nos obsequia, preparamos nuestra mesa y nos disponemos a disfrutar de una frugal cena. Es entonces cuando Pablo pregunta:

- Oye, ¿y de las ruinas no vas a contar nada?
- Eso te lo dejo a ti.
- ¿A mí...? Por mí no es necesario: ¡viene en las guías! ¿Y de los juegos olímpicos?, tampoco has dicho nada...
- También eso te lo dejo a ti, en algo tendrás que colaborar.
- Pues mira... Eso me lo sé mejor porque lo he preparado para el vídeo. -Como creo haber dicho ya, Mariló es la encargada de la cámara, mientras que Pablo, bien que mal, hace de presentador.
- Pues venga, cuéntanos algo.
- Si pagas bien... Bueno, te daré un dato (¡ojo al dato!): un tal Teagenres llegó a ganar 1.400 coronas.
- Sería profesional y los demás aficionados...
- No, no. Profesionales eran todos, al menos a partir del siglo V a.C. Os voy a leer lo que dice la guía de Anaya:

Los atletas estaban fuertemente subvencionados por sus Estados y, si vencían en Olimpia, exigían grandes cantidades de dinero por participar en juegos de otros lugares. También el soborno se convirtió en algo corriente, pese a los solemnes juramentos prestados... Y luego dice que los romanos lo degradaron todo, e impusieron los premios pecuniarios en vez de la simple corona de olivo. Dice: Nerón retrasó durante dos años la celebración de los juegos para poder competir (y ganar) en pruebas especiales de canto y lira, además de la carrera de cuadrigas, en la que diplomáticamente fue declarado vencedor, no obstante haberse caído dos veces y no haber logrado terminar...

- Y, entonces, ¿el atleta más conocido quién fue, ese Teagenres?
- No, parece que el más conocido fue Milos de Crotona porque ganó medalla, quiero decir ramo de olivo, en tres olimpiadas consecutivas, y además en lucha.
- O sea que los atletas de la época ya eran casi tan famosos como los actuales.
- O más, porque recuerda que entonces, según la guía de El País Aguilar, ante un campeón olímpico retrocedían hasta los generales triunfantes...