jueves, 13 de mayo de 2010

Camino de Olimpia: Élide

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Élide (foto jct)

Y seguimos avanzando parsimoniosos. A nuestra derecha sigue el amplio mar Jónico, hoy azul y calmo, que se extiende hasta fundirse con el horizonte; y a nuestra izquierda pequeñas ondulaciones de terrenos resecos en los que, de cuando en cuando, pasta alguna oveja o cabra; más allá, continúa la legendaria cadena del Erimanto elevándose altiva hasta el cielo. El Sol, tirado por los alados corceles Lampo y Faetonte, camina cansino hacia lo alto de la bóveda celeste, la carretera reverbera bajo el abrumador derroche de luz y de calor y las chicharras trabajan a destajo como temiendo un final prematuro de este verano griego. Es casi mediodía y, bañados en sudor, seguimos nuestro camino hacia Olimpia, la antigua capital de Elide.

Heracles limpiando los establos de Augias

Tiempo después de que Heracles cazara al famoso jabalídel Erimanto, recibió de Euristeo el encargo de limpiar las cuadras del rey Augias. Este rey de Elide poseía un numerosísimo rebaño vacuno que guardaba en unos establos que no había limpiado jamás. El olor despedido por los excrementos de los animales era tal que llegaba a las regiones vecinas, y sus habitantes se quejaban de tener que respirar tal pestilencia. Cuando Heracles llegó para cumplir con su trabajo, el quinto de los encomendados por Euristeo, Augias le retó a limpiarlos en un solo día. En caso de hacerlo así, se comprometió a abonarle como recompensa una parte del propio ganado.

Tanto Euristeo como Augias se regocijaban imaginándose al gran Heracles transportando en cestos todo aquel estiércol pestilente, pero Heracles, bien solo o bien ayudado por su sobrino Yolao, decidió desviar el curso del río Alfeo, el mismo que transcurre plácido por Olimpia, para que, pasando a través de los establos, arrastrara toda la hediondez acumulada. Y lo hizo todo tan deprisa que cuando el sol quería ocultarse por Occidente ya él había terminado su encargo. Se fue entonces en busca de Augias para recoger lo prometido, la décima parte del ganado, pero éste, arrepentido de la promesa realizada, se limitó a decir que no se merecía pago alguno pues no había sido él quien había realizado el trabajo sino los mismos dioses fluviales.

Todavía encolerizado por la rotura de las promesas realizadas por Augias, Heracles llegó junto al rey Euristeo y éste, para colmo, se negó a considerar lo efectuado como uno de los trabajos que debía realizar para él pues lo había ejecutado pagado por Augias.

Años más tarde, cuando Heracles terminó los trabajos que debía realizar para Euristeo, se acordó del trato recibido en Elide y, reclutando un importante ejército de arcadios, declaró la guerra al rey Augias. Neleo, entonces rey de Pilos, ayudó a los eleos y, ciertamente, ésta no fue una de las acciones más brillantes de Heracles pues su ejército, derrotado, huyó vergonzosamente del campo de batalla.

Llegados a Pirgos, la actual capital de la región, la carretera se divide y mientras un ramal continúa hacia el Sur sin separarse de la costa, el otro se adentra hacia Olimpia y llega hasta Tripoli después de cruzar toda la Arcadia. Pirgos es una ciudad provinciana sin más interés que el de su proximidad a la celebérrima Olimpia por lo que sólo nos detenemos lo indispensable para una pequeña visita médica (un impétigo impertinente que atacó a Fernando) y continuamos viaje hasta la ciudad de los juegos.

Un impétigo impertinente

Es ya más de media tarde. Un amplio aparcamiento, entre las olímpicas ruinas y el museo que guarda los restos más hermosos, nos acoge y, como la hora ya no es propicia para otra cosa, preparamos la visita del día siguiente, nos tomamos un café y adecuamos nuestra mente al mítico entorno.

Salmoneo y Sísifo eran hijos de Eolo, y cuando éste murió ambos se disputaron el trono de Tesalia. En un principio, la victoria fue para Salmoneo, pero, más tarde, a causa de las oscuras maniobras realizadas por su hermano Sísifo (ver Sísifo, en Corinto) Salmoneo fue expulsado del trono por su propio pueblo y tuvo que huir con una pequeña colonia eolia hasta esta región de Elide. Aquí construyó la ciudad de Salmone e intentó igualarse al propio Zeus, lo que disgustó mucho a su pueblo.

Salmoneo se construyó numerosos altares y transfirió a ellos los sacrificios que antes se dedicaban a Zeus. Es más, intentando competir con el padre de los dioses, pretendía ser capaz de provocar la lluvia, y para ello recorría las calles de Salmone arrastrando calderos y cadenas que simulaban el trueno al tiempo que lanzaba antorchas encendidas como si fueran auténticos rayos. Pero un día, Zeus, encolerizado por tamaña farsa, le lanzó un rayo de verdad que lo destruyó a él y a toda la ciudad

Hija de Salmoneo fue Tiro, la madre de Neleo y abuela de Néstor, pero de ellos hablaremos más adelante, al llegar a Pilos.

Mientras Mariló y yo saboreábamos el ardiente café recién preparado, los niños se conformaban con una "cola" fría, lo que parecía más apropiado para un cálido día de Agosto como el que nos ocupa. Alrededor de la pequeña mesa de cámping, instalada bajo los umbrosos plátanos del aparcamiento, releíamos una y otra vez las variadas guías de que íbamos provistos y charlábamos sobre la última lectura.

- A mi el mito de Salmoneo me parece una tontería - dice Fernando - es una chorrada como un pino...

- No, no, verás... Yo creo que es un mito fundamental. Nos informa de la magia que utilizaban para provocar la lluvia, nos dice que esa magia era realizada por el mismo rey y, lo que es más importante, nos insinúa que, en un principio, Zeus y el rey eran identificables, eran la misma persona, es decir, zeus era un simple tratamiento real...

- Ya. Si empezamos a inventar... - dice Pablo.

- ¿Recuerdas la frase de Graves que comentábamos el otro día "y los cretenses, que son unos mentirosos, decían que Zeus moría y resucitaba cada año"? ¿Sí, verdad? ¿Y no crees que también ahí se está identificando a Zeus con un mortal? Quédate con esta idea: en principio no había dioses sino diosas, pero luego vinieron los aqueos, cuyos reyes se llamaban zeus, y se casaron con las diosas pelasgas, o, mejor, con sus sacerdotisas... Y ya los varones fueron los auténticos dioses: el patriarcado acababa de imponerse al matriarcado.

- Muy bonito. Pero, ahí no dice eso...

- Hombre, hacen falta muchos mitos para poder elaborar una idea. Espera y verás...

Era ya de noche. Recogimos nuestros trastos y subimos al Alfiós, un cámping encaramado en lo alto del pueblo, en un pequeño otero que el Cladeo, por el Este, separa de la colina de Cronos; mientras por el Sur, un Alfeo al que ya se han unido las aguas del Cladeo, se extiende en un ancho y fértil valle. La luna llena de Agosto lo bañaba todo de plata y la piscina, iluminada desde el fondo por suaves luces de color azul turquesa, parecía mágica. Un baño así no se olvida fácilmente. Y, ¡cómo no!, el tiempo acaba convirtiéndolo... en mito.

domingo, 2 de mayo de 2010

Camino de Olimpia: Acaya

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Heracles y el jabalí del Erimantos

En cuanto nos alejamos unos kilómetros de Patras, la circulación disminuye y la carretera se aproxima hasta el borde del mar azul. A nuestra izquierda, las suaves montañas aqueas, unos picos arcaicos redondeados por la erosión, se cubren de una vegetación pobre de color verde aceituna, salpicada aquí y allá por bajos y rechonchos pinos y algún que otro plátano. Unas granjas agrícolas con aspecto empobrecido se asoman a la carretera mientras, por nuestra derecha, el mar carcome los pequeños acantilados sin formar siquiera una mínima playa. Un tanto desilusionados por la visión, tan alejada de la poesía publicitaria al uso, continuamos nuestra ruta hacia tierras más acogedoras.

La provincia de Acaya que recorremos, debe su nombre a Aqueo, un hijo de Lápato, rey peloponeso que repartió su reino entre los dos hijos que tenía. Tocóle a Aqueo esta parte Norte, mientras que a Lacón, el otro hijo, le correspondió la región Sur, región que tomó su nombre y pasó a llamarse Laconia.

 
Pasado Kato, la carretera se aleja de la costa dejando entremedias una pequeña y fértil llanura y se aproxima a la mítica cadena montañosa que lleva el nombre de Erimantos, el hijo de Apolo al que Afrodita había cegado por haberla sorprendido con Adonis en el baño. El paisaje sigue siendo monótono y el tráfico va disminuyendo. Es momento de recordar aquel famoso jabalí:

Como es sabido, Heracles había cometido un aborrecible asesinato por lo que recurrió al consejo del oráculo de Delfos en busca de la paz interior. Y por recomendación de éste, Heracles hubo de ponerse al servicio del rey Euristeo de Tirinto quien, pretendiendo deshacerse de él, le encargó doce difíciles trabajos. Uno de estos trabajos, probablemente el tercero, consistió en cazar un enorme jabalí que vivía en estas montañas del Erimanto y llevárselo vivo a Euristeo. El jabalí, dotado de unos inmensos colmillos, era sumamente peligroso por lo que Heracles, en vez de atacarlo directamente, lo persiguió durante días y días con el objetivo de agotarlo. En la larga persecución, lo empujó hacia las altas cumbres donde la nieve hacía más difícil la carrera y allí, ya totalmente debilitado, el héroe saltó sobre el lomo del animal, lo dominó y apresó. Heracles, después de atarlo con cadenas, partió hacia su tierra y llegó a Micenas con el jabalí a hombros: ¡había que ver a Euristeo asustado escondido en un caldero de bronce...!, tal era el terror que le producía el animal.