domingo, 25 de abril de 2010

Camino de Olimpia: El Peloponeso

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Hoy, un moderno puente sustituye al transbordador

La barcaza que cruza el estrecho, entre el golfo de Patras y el de Corinto, acaba de dejarnos en la Morea(1), como la llamaron los cruzados, o Pelasgia(2), como la llamaban los griegos predorios, o Peloponeso (isla de Pelope) como es más conocida actualmente. Sin embargo, y a pesar del nombre, el Peloponeso no fue una auténtica isla hasta hace bien poco, hasta que, con la excavación del canal corintio, se rompió el nexo que la mantenía unida al continente.


Pélope era hijo del frigio Tántalo, un humano tan amigo de los dioses que era invitado de continuo a sus suntuosos banquetes. Pero Tántalo, después de haber robado néctar y ambrosía de las despensas del Olimpo, quiso hacerse perdonar por los inmortales mediante la celebración de un fastuoso banquete al que los invitó a todos. Las deidades aceptaron gustosas la invitación, deseosas como estaban de zanjar el enojoso incidente, pero Tántalo, en su afán por agradar, no se le ocurrió sino servirles un sabroso guiso cocinado con la carne de su propio hijo Pélope.

La omnisciencia de los dioses hizo que se dieran cuenta del tipo de vianda que se les servía y que la rehusaron de inmediato, todos menos Deméter quien, abstraída por el dolor de la pérdida de su hija Perséfone, comió inadvertidamente de la carne de la paletilla izquierda. El enfado de los dioses fue monumental e impusieron a Tántalo un castigo ejemplar: hoy yace en lo más profundo del Tártaro, inmerso en agua hasta la cintura y rodeado de espléndidos árboles frutales, pero sin que pueda aplacar su sed ni saciar su hambre pues, en cuanto lo intenta, la tierra absorbe el agua que lo rodea y el viento retira las ramas cargadas de olorosa fruta.

En cuanto al desdichado Pélope, sus trozos fueron recogidos con cuidado y hervidos nuevamente en una caldera de regeneración; pero su paletilla izquierda, la que Deméter había comido inconscientemente, tuvo que ser sustituida por otra equivalente fabricada de marfil. De esta manera, Pélope pudo renacer tan hermoso y radiante que Poseidón, nada más verlo, se enamoró locamente de él, lo colmó de regalos (entre ellos unos maravillosos caballos) y lo llevó consigo al Olimpo.


Dado que el pequeño puerto de Río, por el que hemos entrado en el Peloponeso, es, como casi todos los puertos del mundo, feo y enervante, salimos sin dilación hacia la carretera principal que ha de llevarnos hacia el Sur. Tampoco nos detenemos en Patras, una ciudad moderna sin especial interés (guía dixit) pues deseamos llegar cuanto antes a una zona en que poder sentir esas sensaciones que los folletos turísticos nos describen:
 
Tierra peloponesa. Imágenes y música. Olores del mar, de la montaña, de la vendimia, de aceitunas y cítricos. Lugar mágico en el que cada rincón trae a la memoria algún mito. Ciudades, villas, balnearios. Centros importantes desde la antigüedad hasta la actualidad. Pueblos encajados en las rocas grises, en las rudas piedras, al lado de hostiles "aspalatos". Pueblos junto al mar. El mar infinito. Gentes vivaces, hospitalarias, orgullosas y altivas. (Folleto OTE).
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1.- La llamaron Morea por  su forma similar a una hoja de morera, aunque, en realidad, más parece una mano con sus dedos extendidos.
2.- En honor de Pelasgo, su rey mítico.

domingo, 11 de abril de 2010

El jabalí de Calidón

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La caza del jabalí. Sarcófago romano.

De las ciudades míticas, Calidón fue una de las más conocidas e importantes. Pero hoy, de Calidón no queda nada, sólo un nombre perdido, entre otros miles, en los mapas de carreteras detallados; en los otros, ni eso. Y si embargo, por aquí pasaron muchos, muchos héroes helenos.

Calidón, la famosa ciudad etolia, debe su nombre a Calidón, el hijo de Etolo, quien había conquistado estas tierras al vencer a los brutales dorios. Entre sus descendientes se encuentra Eneo quien se hizo tristemente famoso al olvidarse de hacer los sacrificios debidos a la diosa Artemisa y enviar ésta, como castigo, un terrible jabalí que arrasaba las tierras y diezmaba los rebaños. La situación se hizo insostenible por lo que Eneo despachó heraldos a todas las partes de Grecia para que invitaran a lo guerreros más valientes a una cacería singular que pudiera librarles del gigantesco animal.


Entre los héroes que respondieron a la invitación destacaban los hermanos Cástor y Polideuces de Esparta; Teseo de Atenas; Jasón el Argonauta de Yolco; Néstor Nelida de Pilos; Ificles, el hermano de Heracles, de Tebas; Peleo, el padre de Aquiles, de Ftia; Anfiarao de Argos; Telamón, padre de Ayax el grande, de Salamina; Ceneo de Magnesia; los hermanos Idas y Linceo de Mesenia y Anceo de Arcadia. A ellos se les sumó la casta Atalanta, la de los pies rápidos, criada por una osa en un monte próximo a Calidón, y Meleagro, hijo del propio Eneo. La caza prometía ser difícil y reñida dadas las rivalidades existentes entre los distintos participantes y el descontento de los hombres por tener que competir con una mujer, y así fue.

El jabalí apareció de improviso y, sin tiempo para reaccionar, mató a dos de los cazadores y arremetió tan fuerte contra los demás que el valiente Néstor hubo de huir cobardemente subiéndose a un árbol. Los cazadores fueron arrojando sus lanzas sin éxito salvo Ificles que, al menos, consiguió rozar a la fiera. Tuvo que ser Atalanta, para disgusto de los varones, la que hiriera al animal con una flecha certera... pero éstos despreciaron la acción por considerar el uso del arco como propio de cobardes. Sin embargo, como la fiera ya estaba herida, Meleagro consiguió traspasarla con su lanza llevándose todos los honores...

Pero lo cierto era que, durante la cacería, Meleagro se había enamorado de Atalanta por lo que desolló el jabalí y le ofreció la piel a ella diciendo: tú ya habías herido al animal y si lo hubiéramos dejado solo pronto habría muerto. Esto irritó a los presentes y especialmente a dos de sus tíos, hermanos de su madre, quienes, al renunciar Meleagro, se creían con derecho a los honores. La confrontación fue inevitable y, tras una cruenta batalla entre los partidarios de uno y otros, los hermanos de Altea (la madre de Meleagro) cayeron muertos por la espada de su sobrino.

              Meleagro
Tiempo atrás, cuando Meleagro era aún pequeño, las Parcas se aparecieron a su madre Altea, la hermana de Leda, y le informaron que su hijo sólo viviría hasta que acabara de consumirse el último de los tizones que ardían en su hogar. En cuanto supo esto, tomó el mayor de los tizones, lo apagó con agua y lo ocultó para que, al no poder consumirse, la vida de su hijo no corriera peligro. Pero, ahora, después de la muerte de sus dos hermanos, Altea estaba furiosa y, aconsejada por las Furias, tomó el tizón que mantenía escondido y lo arrojó al fuego para que acabara de consumirse. Cuando esto hubo ocurrido, Meleagro sintió que se le quemaban las entrañas y se quedó sin fuerzas, de modo que sus enemigos lo vencieron fácilmente y lo mataron. Su madre, avergonzada por lo que había hecho, se ahorcó, y Atalanta, vuelta a su casa, hubo de enfrentarse con las pretensiones de su padre Yaso para que tomara marido...

Yaso había abandonado a su hija Atalanta, nada más nacer ésta, en un monte próximo, con la pretensión de que muriera, pues él deseaba fervientemente tener un varón. Pero Artemisa protegió a la pequeña y envió una osa que la amamantó y cuidó. Ahora Atalanta regresaba a la casa paterna con la esperanza de reconciliarse, mas su padre, en cuanto la reconoció, se dirigió a ella y le exigió que tomara marido a lo que Atalanta se opuso por fidelidad a Artemisa. Ante la insistencia de su padre, y deseando no enemistarse más con él, decidió aceptar la propuesta con la condición de que todo pretendiente se enfrentara previamente con ella en una carrera pedestre y caso de vencer, ella aceptaría tomarlo como marido, pero, si vencía ella, él debería morir para pagar su osadía. Yaso aceptó la condición impuesta por su hija, y muchos fueron los adalides que pagaron con sus vidas el atrevimiento de enfrentarse a la de los pies ligeros, tantos que la noticia alcanzó los lugares más recónditos de Grecia llegando, incluso, a la remota Arcadia.

El arcadio Melanión, hijo de Anfidamante, pretendía también a la veloz hija de Yaso, mas, informado de la suerte de los que le habían precedido, decidió encomendarse a Afrodita, diosa a la que solía molestar la insolencia de quienes renunciaban voluntariamente al matrimonio. Y acertó, pues la diosa le escuchó con muestras de reprobar la negativa de Atalanta a tomar marido y, cuando él hubo terminado de hablar, ella tomó tres manzanas de oro y le dijo:

- Toma, y acepta el desafío. Luego, durante la carrera, deja caer una tras otra las manzanas porque Atalanta, mujer al fin, no podrá resistirse a su belleza y se detendrá a recogerlas. Esa es tu oportunidad para vencer.

Atalanta recogiendo las manzanas

Así lo hizo Melanión y, con tal estratagema, alcanzó la victoria. Pero la boda no les proporcionó la felicidad pues Artemisa, dolida por la infidelidad de Atalanta, les indujo a acostarse en el recinto de un templo dedicado al padre Zeus y éste, iracundo por tal profanación, convirtió a ambos en una pareja de leones.

El puente Rio Antirrio

El repaso a los héroes calidonianos hizo que el recorrido hasta Antirrío se nos hiciera corto, muy corto. Así que el pequeño puerto del que parten los ferrys que hacen el transbordo hasta el Peloponeso se apareció ante nosotros por sorpresa y, sin darnos siquiera cuenta, estábamos inmersos en la enorme marabunta que se forma en Grecia a la hora de subir a cualquier barco. De todas partes llegaban vehículos que, al tener que ponerse en una sola fila, organizaban el correspondiente desorden. Por si fuera poco, mientras unos intentaban dar la vuelta a sus coches, para, entrando marcha atrás, poder luego salir con facilidad, otros avanzaba ansiosos impidiendo a los primeros completar su tarea. Es necesaria una buena dosis de paciencia para conseguir embarcar aunque, después de los numerosos insultos, todo el mundo sonríe de forma relajada. Y si el agua de las discusiones no llega al río, digamos que nosotros sí, nosotros en un santiamén pasamos de Antirrío a Río y, con bastante menos follón que al embarque, tomamos tierra en el Peloponeso.