sábado, 19 de septiembre de 2009

Cronos y su descendencia

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Rea y Cronos

Hades era el mayor de los hijos de Cronos, y nada más nacer, advertido su padre de que uno de sus hijos lo destronaría, lo devoró como si fuera una vulgar salchicha. Luego Cronos tuvo otros hijos a los que trató de igual manera, mas cuando nació Zeus, el último de ellos, Rea, su madre, cansada de tanto parir hijos para nada, decidió engañar a su voraz marido y envolviendo una piedra con los pañales del recién nacido se la presentó a Cronos como si fuera el bebé. Nada más ver el bulto, y sin sospechar lo más mínimo, Cronos se tragó el engaño, con pañales y todo, y el pequeño pudo ser conducido a Creta donde, escondido en la cueva Dictea y rodeado por los ruidosos Coribantes (encargados de impedir con su estruendo que los llantos del pequeño bebé lo delataran), pudo sobrevivir.
 Rea ofrece a Cronos la piedra envuelta en pañales--------
En cuanto Zeus creció lo suficiente se acordó del trono de su padre y de las meriendas que éste se había pegado a costa de sus hermanos mayores y, poseído de fraternal amor, se dirigió al Olimpo con la intención de arreglar el asunto. Como era de esperar, dada su afición a comer lo primero que se le presentaba, Cronos tenía unas digestiones francamente pesadas y sus siestas eran de las que, milenios más tarde, Cela calificaría como siestas de pijama y orinal. Así que, como era de esperar, Zeus encontró a su padre durmiendo, lo que aprovechó para administrarle un potente vomitivo que le hizo devolver sanos y salvos a todos sus hermanos mayores.

Cuando Cronos se despertó y descubrió el engaño de que había sido víctima entró en una cólera infinita y decidió que esta vez no, que esta vez ni uno solo de sus hijos escaparía con vida. Pero Rea, la preocupada madre, se movió con rapidez y llegó a tiempo de avisar a sus retoños de lo que ocurriría si no tomaban medidas de inmediato. Advertidos pues, los hermanos se enfrentaron a su padre, y mientras Hades, oculto bajo un maravilloso casco de piel de perro que le habían regalado los cíclopes y que le hacía invisible, pudo sujetar a Cronos, el pequeño Zeus lo derribó con un rayo. El viejo dios destronado supo aceptar su derrota y se retiró a Sicilia donde llevó una vida tranquila dedicado al cuidado de sus numerosos rebaños. Finalmente, sus hijos se acordaron de él y, dado su buen comportamiento, le encargaron que reinara sobre las almas afortunadas que habían sido enviadas a los Campos Elíseos.

Destronado Cronos, los bien avenidos hermanos decidieron repartirse el mundo, y mientras a Zeus le tocó el cielo y Poseidón fue nombrado dueño del mar, Hades, el mayor de ellos, se quedó con el mundo subterráneo. Nada se sabe de los otros hermanos y hermanas aunque, con posterioridad, se les encargarían algunas misiones que no dejaban de ser tareas secundarias.

El sombrío reino de Hades (un lugar tenebroso situado en el mundo subterráneo a tanta distancia de la tierra como ésta lo está del cielo, de tal forma que si un yunque cayera desde el cielo tardaría nueve días en llegar a la tierra y otros nueve en llegar desde la tierra al Tártaro, su parte más profunda) no parecía ser el mejor de los reinos, mas él lo aceptó sin protestar y allí se recluyó casi a perpetuidad. Sólo de tarde en tarde, cuando los olímpicos celebraban asamblea, se le llamaba para que asistiera, cosa que hacía sin entrometerse nunca en las cosas de los vivos. Pero, a pesar de su carácter solitario y retraído, la soledad acabó por hacérsele insoportable y, dado que en uno de sus viajes al Olimpo, había conocido a una hermosa joven, pensó que sería buena idea el tomar esposa. Pero no era sencillo porque, ¿quién querría compartir con él una vida tan monótona, enterrados ambos en las profundidades de la tierra?

La hermosa joven de la que se había enamorado era Kore, la hija única de su hermana Deméter quien, como madre, la amaba infinitamente. Y siendo Hades conocedor de ello sabía que su hermana nunca aceptaría separarse de su querida hija y dejar que se fuera con él al profundo Erebo. Decidió pues hablar con Zeus, hombre al fin, quien seguramente comprendería sus inquietudes. Pero Zeus, en el fondo diplomático frustrado, queriendo complacer a Hades pero temiendo al mismo tiempo la reacción de Deméter, no supo tomar partido. No quedaba pues otra solución que no fuera el rapto. Así que esperó la ocasión propicia, y cuando la joven salió a recoger flores a la fértil campiña siciliana, la tomó en sus robustos brazos y subiéndola a su hermoso carro de oro la condujo al rico, pero oscuro, palacio infernal.

La ira de Deméter fue tan grande y sus amenazas tantas (véase Eleusis) que fue necesario llegar a un arreglo: Kore pasaría una mitad del año con su madre en el reino de la luz y reservaría la otra mitad para, con el nombre de Perséfone, reinar en el mundo de los muertos. Allí, desde un suntuoso palacio hecho de oro y materiales preciosos (a Hades también le llamaban Plutón, es decir, el rico, pues era dueño de todas las riquezas que conserva el interior de la tierra), supervisaban el gobierno de su reino, gobierno que habían encargado a Éaco y a los hermanos Minos y Radamantos, los tres jueces sabios.

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